sábado, 8 de enero de 2011

La Isla de los hijos del sol y de la luna

¿Alguna vez te has preguntado si las historias de cuentos de hadas o las grandes peliculas donde el protagonismo es la magia podrían llegar a ser más que simples delirios? Quiero decir, ¿tanta imaginación posee el ser humano como para crear mundos enteros? ¿O será que simplemente el resto de las personas ignoran estas posibilidades? Siempre fue una de mis grandes cuestiones. Resultará extraño, pues tengo 16 años y se supone que para estas alturas debería tener la cabeza centrada en la realidad; pero que les digo, nunca se es demaciado viejo para soñar. Admito que no hace tanto encontraba imposible las ideas de aquellos universos paralelos, pero la vida es un camino bastante interesante. Quiero creer que alguien allá arriba tenia todo fríamente calculado, de no ser por ello no estaría aquí. Pero he vuelto, me guste o no este es mi hogar, y he sobrevivido para contar la drámatica historia de mi verano.
Todo comenzó aquellas vacaciones. Mi familia y yo acostumbrabamos a ir al mar todos los años, siempre al mismo lugar. Pero este año las cosas cambiaron un poco. Mi padre tuvo la magnífica idea de inovar el destinatario, solo para probar algo nuevo. Y así fue como terminamos en una playa totalmente desconocida para nosotros, viviendo una "aventura familiar". No soy una persona negativa, pero la idea de pasar 3 semanas con mis padres y mi hermano menor, sin amigos y sin internet -¿ya les mencione que el pueblo a donde fuimos a parar queda en medio de la nada?- solo nosotros, no resultaba demaciado atractiva.
Por lógica básica este lugar no tiene muchos turistas, y entiendo la razón. La gente actua de un modo estraño. Te sientes observado continuamente, y no es una sensación muy placentera a decir verdad. En aquel minusculo poblado había algo que no andaba del todo bien. Incluso los habitantes parecían dividirse en: orientales/arabes y europeos/hispanos. Y siempre que los veías estos dos grupos nunca se mezclaban, sino que se miraban unos a otros con rencor. Puede sonar algo racista pero yo solo digo lo que veo.
En fin, esto estaba de muerte. La única atracción además del mar era un pequeño paseo en transbordado por la cosa, al cual mi padre ya nos anotó para el día siguiente. Estaba emocionado, su pasión son los botes y navegar, sin embargo si me preguntan, sonaba más bien a toda una tarde mareada y con nauseas.
Y tenía razón, el mar estaba particularmente bravo ese día; y tenía un mal presentimiento. Desde un principio me sentí incomoda entre la tripulación y los demás a bordo. Sobre todo la forma en que me miraba el capitán. Pertenecía al grupo de los europeos/hispanos, así como los demás tripulantes. Un hombre canoso, fornido y con la piel curtida por el sol. En sus ojos claros podía distinguir curiocidad, y si no me equivoco alivio, pero resultaba aterrador. Al mismo tiempo su semblante me hizo creer que en su cabeza maquinaba alguna especie de plan. No quería saberlo, no quería tener que ver nada con ello. Solo quería volver a casa, este lugar comenzaba a asustarme.
El tiempo estaba raro, había mucho viento, y solo se lograban divisar unas pocas nubes blancas y esponjosas interrumpiendo el azul del cielo. Pero pronto esas tiernas nubesillas comenzaron a crecer, y a hacerse más densas. El mar comenzó a agitarse aún más. Los pasajeros ya se estaban alarmando; pero en cambio la tripulación seguía tranquila. Muy tranquila a mi parecer. En ese momento maldije haberme sentado en el borde de la nave. Pensé que quisas así no me descompondría tanto, pero bajo estas circunstancias resulltaba peligroso. El pobre bote se mecía brutalmente, las olas arremataban contra nosotros; empapandonos de pies a cabeza. Y todo iba peor. Me sostenía de los asientos, de las barandillas, de todo cuanto pude encontrar, pero los saltos a los cuales eramos sometidos todos a bordo eran de proporciones descomunales. Y más cuando uno comete el grave error de, siendo cegado por el agua salada que salpicaba a todos lados, sujetarse de un barrote lo necesariamente flojo como para salirse de su lugar y con el terremoto bajo tus pies salir despedida al basto, profundo y solitario océano.
Ola tras otra, gigantescas y pesadas se arremonilaban alrededor de mi ya agotado cuerpo. Vi al trasbordador alejarse entre la tormenta. Grite, los llame pero parecían no haberse percatado de mi ausencia. Y fue entonces que desde la lejanía pude distinguir un marinero. Un joven de cabellos dorados y de expresión seria; que se limitaba a observarme siendo arrastrada por la corriente. Y de pronto sonrió y guiñó el ojo. No se como podía hacerlo; yo estaba sola en medio de un huracán por así decirlo y el solo se limitó a guiñarme el ojo. Y eso fue lo ultimo que vi, cuando una ola de tamaño colosal se alzó a mis espaldas, rompiendo justo sobre mi cabeza; impulsandome al abismo de la oscuridad absoluta.

Un brillo extraño, color naranja mortecino me cegó. No sabía a donde había ido a parar. Traté de abrir los ojos, pero los parpados me pesaban. Entonces sentí mi ropa mojada y fría pegada a mi piel, y donde ella no me cubría, la aspereza de la arena. Fue cuando se me ocurrió, pues dicen que el mar siempre te remolca denuevo a la orilla, que solo quizás podría haber llegado denuevo a la sobría y aburrida playa donde lamentablemente estabamos vacacionando. Mas mis ojos todavía permanecían cerrados. Ardían bajo los parpados, debido seguramente a tanta sal; y lo más probable era que aunque los abriera no pudiera siquiera distinguir mi entorno. Me resigne, ¿qué caso tenía? Seguramente ya me encontrarían.
Pero no estaba segura de quién o qué habría de allarme. Mi oído estaba medio enterrado en la playa, y podía sentir grandes pisadas sobre la arena. Eran lentas y pausadas; como las de un gran gato acechando. Pero que yo recordara no había animales de semejante tamaño en aquel pueblocho. Y entonces, el pequeño destello rojizo que se filtraba a travéz de mis párpados se convirtió en oscuridad. Algo bloqueaba la luz del sol, y ese algo estaba muy cerca de mi, sentía su aliendo golpear mi rostro una y otra vez; una respiración agitada casi diría, como husmeando el aire. Y fue cuando algo pichó mis mejillas. Me estremecí ante el tacto. O eran duras cerdas de alguna escobilla o eran bigotes. Ya no pude más contra el miedo que me invadió de pronto, y gracias a la adrenalina que ahora corría por mis venas conceguí abrir por fin mis ojos. Pero ojala nunca lo hubiera hecho. Unos luceros verdes amarillentos me miraban fijamente; sorprendidos. Y entonces miré a su alrededor. No eran humanos, tenía un osico blanco y rayas negras perfectamente dibujadas en las periferias de su cara. No cabía duda; no sabía si estaba soñando, alucinando o si era real. Lo único que sabía es que había un solenme tigre de bengala frente a mi. Y luego, tal vez por la impresión, mis ojos volvieron a cerrarse. Sentía como el conocimiento se despedía de mi, ya no distinguía nada, la cabeza me daba unas vueltas terribles. Y como por arte de magia, unas grandes y cálidas manos me alejaron del suelo frío. Me sostenían contra su pecho, y por lo que pude llegar a persivir hasta el último instante se trataba de un hombre, un pecho maziso. Pero me encontraba muy débil como para volver a abrir mis ojos y corroborar lo que estaba sucediendo. Y por segunda vez, caí en la nada.
Cuando volví a recuperar la conciencia, me halle extrañamente cómoda cubierta de sedosas sabanas color hueso, y rodeada de preciosos almoadones de raso rojo, con la figura de un tigre dorado bordado en cada uno de ellos. Miré a mi alrededor. Una habitación amplia, con grandes ventanales que daban una bonita vista a la playa; un tocador de una especie de madera blanquecina tallada a mano y sillones de terciopelo carmín. De pronto, una joven doncella, de claros cabellos como la arena de estas playas y piel sonrosada entró sin prambulos; con una lustrosa bandeja de alpaca en sus manos. Su expresión cambió al pecatarse de que estaba despierta. Rápidamente dejó la bandeja en una mesa de café entre los sillones de terciopelo; y a pasos agigantados volvió a salir de la habitación. Quedé perpleja, pero no tuve tiempo de plantearme la situación puesto que la sirvienta había regresado acompañada de una mujer y un joven muchacho. Ambos estaban sonriendo. La mujer era menuda, de cabellos casi blancos y pequeños ojos verdes que me miraban con ternura. El chico la escoltaba. Él por el contrario era alto, de tez bronceada y, como la mujer era dueño de una cálida mirada; ojos verdes y curiosos.

-Oh, querida que bueno que despertaste, llebas durmiendo un largo tiempo.- Exclamó de pronto la mujer.
-¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? -Fue lo primero que atine a decir.
-Mi nombre es Adelaida de la Luz, pero puedes llamarme solo Ada. él es mi hijo Nathaniel.
-Dime Nathan, si así lo prefieres. -Acotó su hijo, con una voz profunda pero no ronca, sino más bien cantarina.
-Y te encunetras en la finca de nuestra familia.- Añadió Ada, respondiendo a mi primer pregunta. -¿Cómo te llamas pequeña?.
-Miranda, Miranda McWild. Disculpe, ¿le molestaría si llamo a mis padres?
-O querida no creo que eso sea posible.
-¿Por-por qué no? -Grandioso pensé, estaba rodeada del grupo de los europeos/hispanos; como la tripulación del trasbordador. Algo se traían entre manos con mi persona.
-Mi niña, eres una naufraga. Cómo esposa del jefe de la parte este de la isla conosco a todos nuestros habitantes. Tu no eres una de nosotros, dudo mucho que tus padres acudan a tu llamado.
-¿Qué esta diciendo? -Comenzaba a ponerme tensa- ¿Dónde estoy?
-Bienvenida a Villa del Tigre.
-¿Villa del Tigre?
-Así es. No te angusties, no vamos a hacerte daño. La razón que no podamos comunicarnos con tu familia no es más que al encontrarnos en una isla, nuestra única comunicación con el continente es el trasbordador que abordaste. El cual hace su viaje cada dos semanas. -Esta vez respondió el muchacho.
-¿Dos semanas? ¿Pero no tienen tlefonos?
-¿Telefonos?
-Ya saben, aparatos conectados entre sí que permiten la comunicación a distancia.
-Uh, pobre niña; creo que todavía debes seguir con algo de fiebre, nomás mira cómo deliras.

No entendía que estaba ocurriendo. ¿No conocían los telefonos? Sguramente mucho menos internet. Y fue cuando comencé a observar detalladamente mi alrededor. No había ningun aparato electrico. Solo un viejo reloj colgado en la pared.

-¿Tienes hambre Miranda? ¿O prefieres descansar un poco más? -Exclamó la mujer interrumpiendo mis pensamientos.
-Creo que prefiero salir a tomar un poco de aire.
-Oh, pues perfecto. Franchesca te ayudará a cambiarte. Y mi hijo Nathaniel te esperará abajo, tal vez te guste recorrer un poco los alrededores. Es un pueblo bastante pintoresco el nuestro. -Dijo sonriendo afablemente. Piense lo que piense, aquella persona no podría ser mala. Es decir, me trataba como si fuera su hija. De todas formas no podía bajar la guardia.
Hice caso y la joven Franchesca me ayudó con mis vestiduras. Me encontre luciendo un delicado vestido de gaza azul claro. Era bastante ceñido en la cintura, unos finos breteles lo sostenían en su sitio, y más abajo, la falda tenía un amplio vuelo. La sirvienta también peinó mis castaños cabellos, recogiendo algunos mechones en una media cola sujeta por un listón blanco. Y en mis pies unas cómodas sandalias blancas con ebilla. Una vez lista bajé por las enormes escaleras. El ambiente cambió un poco, de pronto me enconraba en una especie de palacio o mancion; con las paredes de un amarillo claro y baldosas de perla. Todo seguía un estilo rústico por así decirlo, cueros y madera. Un hogar yacía al fondo de aquella habitación, y sobre él la pintura de un tigre recostado al sol, manso pero imponente. Lo que me hizo recordar a mi visión antes de venir a este lugar. Mi vista recorrió cada rincón, hasta que mi mirada se topó con el muchacho, como lo dijo su madre; sentado en un sofá de cuero blanco, esperando por mi. Pero en el asiento de enfrente se encontraba alguien más. Un hombre corpulento pero sin ser tosco, más bien admirable.
Ni bien hube pisado el suelo de claras baldosas, ambos se fijaron en mi. Nathan parecía emocionado, cómo cuando regalas a un niño pequeño una golosina; mientras el hombre que lo acompañaba lucía complacido. Los dos se pusieron de pie y se acercaron a mi. Y no se cual era la razón, pero en el hambiente dónde me encontraba podía sentir tanta energía positiva que fue como si olvidara que estaba en un lugar desconocido, con gente desconocida.

-Por fin despertaste jovencita. Mi nombre es Dominic, y soy el padre de Nathaniel. Es un placer conocerte. -¿Qué acaso todos en este lugar eran siemrpe así de amables?.
-El placer es mio señor. -No sabía que decir, asi que seguí las normas de cortesía- Soy Miranda McWild.
-Lo se, justamente de ti estabamos hablando con mi hijo hace tan solo unos momentos. Pero bueno, basta de palabrerios. Tienes un paseo pendiente con Nathan. Espero que disfrutes tu estadía en mi isla.

miércoles, 2 de junio de 2010

me gusta el mafioso, no el resto u.u

viernes, 30 de abril de 2010

¿Por qué no puedes entenderlo?

-Javi, ¿que ocurre?
-No podemos seguir así Luna. No lo permitiré.
-¿De qué hablas?
-Ya has visto lo que es capaz de ocurrirte en mi mundo...
-Si es por lo del tiroteo del otro día, amor eso no fue nada. No te preocupes, no pasó nada.
-¿Pero que tal si si? Tuvimos suerte ese día. ¿Pero que habría pasado si una bala te hubera alcanzado? ¿Qué habría pasado si hubiera tenido que verte desfallecer? ¡No! No quiero... Quiero que vivas una vida normal, quiero que vivas. Y no lo conceguirás a mi lado.
-Te equivocas, yo no puedo vivir si no es contigo.
-Pues deberás aprender. Luna, mi angel ¿tu no entiendes? Mi mundo es demaciado peligroso, regido por la avaricia y el dinero. No es el mundo que desearía darte, pero es mi mundo; y aunque quiera no puedo cambiarlo.
-Si podrás. Huiremos, no importa. Seremos fujitivos, peroe staremos juntos; Javier.
-No, no quiero darte esa vida. No quiero arrastrarte a ti a todos mis peligros. Alejate de mi, soy malo; soy una eprsona horrible.
-Jamás vuelvas a repetirlo. Eres la persona más maravillosa que conosco. Ya no eres ese mountruo que solías es; eres una nueva perosna, una buena persona.
-Luna, no hagas esto más dificil de lo que ya es, por favor. Aunque yo haya cambiado eso no cambia mi entorno. Vete, huye de la ciudad en el primer tren a Washington, no mires atrás. Olvidame, bórrame de tu corazón y de tus pensamientos. Busca consuelo en otros besos, los mios estan bajo punta pistola. Quiero que te vayas. Agradece que aún puedes hacerlo; alejate de mi mientras puedas. Soy un mountruo, no te meresco. No meresco que desees permanecer a mi lado. Dios me regala un angel, para que lo cuide. Qué ironía. Hazlo, ahora que aún queda tiempo. No corras el riesgo, no pongas en peligro tu vida.

Lo que le cuesta el amor a un mafioso

Nota: Estudiar mafia...

jueves, 29 de abril de 2010

Si algunas vez quisiera armar una novela, esta sería una buena idea...

Insipirado en la Canción: Alejate de Mi - Camila

Solo, tras las rejas de esta oscura celda; solo, con mi agonía y la culpa carcomiendome el corazón. Sabía que algún día ocurriría, especialmente después de lo que todo alguna vez hice; pero de haber sabido que la conocería, jamás hubiera hecho tales barbaridades. Ella, la única que pudo darle luz a las tinieblas de mi vida; solo ella, con su sonrisa podía apartarme de las desdichas de mi mundo. La primer y única persona que de verdad amé, que de verdad quise proteger, y ahora ya no estaba; todo por mi culpa. Todavía la recuerdo, bailoeando tan alegremente entre las flores; con su risa mezclandose con la brisa cálida. Todavía recuerdo, aquel día, donde todo comenzó.

Yo en aquellos días tenia una visión muy distinta del mundo. La vida para mi era una guerra constante, donde solo ganaban los fuertes, las personas con dinero y poder. Un universo gobernado por la avaricia, el aplastar a los demás antes de que ellos te aplasten a ti. Me crié siempre con el miedo de que en cualquier momento podría haber partido a mejor vida. Cuando era niño, solía vivir en una pequeño apartamento; muy humilde. No teníamos muebles, apenas si frasadas para taparnos. Eramos mi madre, y mis dos hermanos mayores, Gaspar y Adrián, y yo. Todavía lo recuerdo, mi nombre solía ser Javier; Javier Acosta. Un lindo nombre, me lo puso mi madre. Una buena mujer, tratando siempre de dar lo mejor a sus hijos con lo poco que tenía. Mi padre no lo conosco, Gaspar tampoco; solo Adrían, el mayor de los tres, logra recordarlo. Mamá nunca hablaba de él, sin embargo Adrían siempre nos dijo a Gaspar y a mi que tuvimos suerte de no haberlo conocido. Solía lastimar a mi madre, usualmente volvía ebrio a casa. Hasta que un día vino la policía a registrar el edificio donde vivíamos; mi padre andaba de fujitivo por haberse visto implicado en el asesinato de una mujer. Mi madre se deprimió mucho, pero siempre lo dije; ella era una mujer realmente fuerte, a pesar de verse fragil, pálida e indefensa. Nos crió a nosotros lo mejor que pudo; hasta su muerte. Meses después de que Adrían hubiera cumplido los 12 años; mamá enfermó gravemente. Nosotros eramos tan solo unos niños; yo tenía 7 años, y Gaspar 8; sin embargo hacíamos lo posible por cuidarla. Ningún médico nos quiso recibir. "¿Cómo piensan pagarmelo?", odié esa frase hasta hartarme y casi enloqueser; y 5 semanas despues de que mamá cayera enferma falleció; dejando a tres pequeños solos en un mundo enloquesido por el dinero. La primer semana fue muy dura, todavía siento como dolían las tripas por el hambre; hasta que Adrían encontro un nuevo trabajo. Era sencillo lo que tenía que hacer; simplemente acompañar a unas personas cuando se fueran de viaje al exterior, y llevar en su chaqueta y en sus pantalones una especie de hierba olorosa; marihuana. En ese momento, ninguno entendía lo que involucrarse con ello implicaba, pero traía el dinero a casa y el pan a los estómagos; suficientemente bueno para ser malo. Sin embargo, cierto día Adrían había ido de viaje, como usualmente lo hacía cada vez que "los muchachos" se lo pedían. Ya habían pasado 2 años dede la muerte de nuestra madre; y habíamos logrado sobrevivir. Aún así habíamos cambiado, yo lo sabía. Las calles son un lugar muy cruel para un niño pequeño. Tuve que aprender a defenderme por mi mismo, y junto con Gaspar; ambos nos cubriamos las espaldas. Aprendí que mi hermano era la única persona en la que podía confiar. Y aunque él nunca me lo demostró, yo sabía que me quería. Pues en esas condiciones, las más mínima muestra de debilidad podía ser tu perdición.
Ese día habíamos ido con Gaspar a ver qué podíamos encontrar para llevar a casa, ya sean diarios o cartones. El invierno se acercaba, y no era nada agradable no poder dormir debido a que el tiritar de tu propio cuerpo te mantenía despierto toda la noche. Cuando volvimos, ya de noche; Adrián todavía no había regresado, pero no nos preocupamos; problablemente estaría con los muchachos fumando alguno que otro arrollado. Sin embargo, cuando despertamos en la mañana, él tampoco estaba. Gaspar y yo comenzamos a preocuparnos. Tres días pasaron rápidamente antes de que pudieramos volver a ver su rostro. Siempre con mi hermano, solíamos darnos una vuelta por un local donde sabíamos que siempre tenían prendido un televisor en las noticias matutinas. Fue allí donde vimos su rostro, y debajo un titulo no muy alentador. "Adolescente víctima de un tiroteo entre nacotraficantes". El negocio no había salido bien. Los muchachos trataron de timar inutilmente a sus contactos; y estos indignados comenzaron a punta pistola. Mi hermano, mi propia sangre había sido derramada, derrochandose en el suelo mientras el resto huía dejandolo tirado en la tierra como un perro. Hasta que la policía pudo hallarlo. Y gracias a ellos por lo menos Adrián tiene un suelo donde descanzar; aunque su muerte nunca he podido vengar.
Odie a la marihuana, nunca la había provado pero aquella que había calmado mi hambre ahora era mi peor enemiga. Me había quitado una parte de mí; nos había dejado indefensos. Ni bien hubieramos visto lo que ocurrió, Gasper y yo sabíamos que no podríamos volver a casa. Los muchachos sabían donde vivíamos, y Adrían ya una vez nos había advertido, que si algo malo llegara a ocurrir; por nuestro propio bien no debíamos volver.